En Trebujena hasta hace poco era muy normal que la vendimia se hiciera en familia. Hermanos, tíos, primos, abuelos y abuelas, yo todavía recuerdo a mi abuela y a mi abuelo vendimiando,a mi tío sacando las espuertas con uno de los primeros tractores que llegaron al pueblo que ni sabía que andaba. Era la época cuando la vendimia gustaba, cuando los más chicos nos peleábamos por tener una tijera y cuando íbamos a la vendimia a jugar y porque nuestros padres estaban en el campo. También era una vendimia en septiembre, recuerdo empezar el colegio y llegar al campo de mis abuelos porque estaban mis padres vendimiando.
Luego cuando uno crece la vendimia empieza a gustar menos. Por ejemplo, los familiares iban dejando de venir, por la distancia y por el trabajo, y que hacían la vendimia más aburrida porque nos veíamos los mismos que en casa, y sobre todo, porque cada vez uno iba cogiendo más responsabilidad y hacía más falta en el campo, se estaba menos tiempo de cachondeo y más cortando.
Quitando la vendimia, creo que he estado poco en el campo, dependiendo del año, si había que liar parras, o ir a cambiar el montón de horquillas o cañas cuando iba mi padre con la mulita, o caer leña en las vacaciones de navidad, pero fijo fijo, la vendimia solamente.
La cosa de la vendimia fue gradual, de vendimiar en casa, a irse por la mañana fuera a ganar la peoná y luego por la tarde a vendimiar en lo nuestro, que se quedaba la uva en el campo.
Antiguamente las viñas de Trebujena eran mitad palomino y casi más de la mitad de perruno, vidueño, etc (no estoy puesto con los nombres de las viñas) y todo lo que no era palomino, entraba los últimos días a final de vendimia y había que cortarlo en pocos días y con prisa porque cerraba la cooperativa. Además daban mucha uva, que maduraban más tarde y por eso entraba al final. Más de una vendimia de agua nos cogió el toro, y creo que un año por la mañana, fuimos los últimos en cerrar la cooperativa, fue el último remolque que entró.
Con estas vendimias de palizón y prisas, cada vendimia acababa hasta los mismísimos, y entre el cansancio y los cabreos de estar bajo la cepa pasando calor, cada año me prometía que sería el último, que para el año que viene me buscaría otra cosa y que no vendría a vendimiar. Pero llegaba de nuevo agosto y otro año más a vendimiar, de vuelta al ciclo de palizón, prisas y promesas futuras.
Así estuve hasta que un año, no sé cómo, acepté que yo iba a vendimiar siempre, que tenía que vendimiar cada año y que no me libraba. Desde ese momento, no he vuelto a tener problemas morales con la vendimia, lo de tener que vendimiar lo tengo asumido, por lo menos mientras mis padres tengan viñas.
No puedo decir que me guste la vendimia, o que vendimie por gusto, pero sí puedo decir, que no me como la cabeza desde hace años por tener que vendimiar.
Estos días dándole vueltas a este tema, más que la vendimia, lo que me quema los nervios y lo que más odio de las labores del campo, es liar parra. Supongo que es porque al ser una cosa más rápida y de poco desgaste físico, me tenía que hacer la viña entera (aunque nunca lo hice, pero si hubo muchos días seguidos) y eso no se terminaba nunca. Además, cuando no se partía la parra que estabas liando, se soltaba la que habías amarrado cuando iba tres cepas más adelante y había que volver atrás, y es a lo que le tengo más tirria de las labores del campo.
A liar parra no llamarme, que no vengo.